viernes, 26 de agosto de 2016

El último vals.

Hace ya miles de lunas atrás, cuando la tierra era aún tan primitiva que los problemas eran arreglados con la ley del acero y el plomo, en aquellos tiempos donde los hombres y caballos parecían ser uno solo como si de bestias profanas se tratasen y la fuerza del más grande imperaba ante todos, pero esta debía doblegarse ante la de una persona nacida en cuna de oro, existió una pequeña historia, que muchos aun cuentan, pero que otros ignoran por completo. Sin embargo, como en todo, dicha historia abarca otras pequeñas dentro de ella, sobre todo personales, pues si bien, el relato de la victoria del ejercito del Rey Nicolás IV sobre las hordas de Octavio XIV en los Campos Rojos, fue una proeza completa y realmente los soldados y generales se enfrentaron en bizarro combate, que dejaría aturdido incluso al más valiente de los hombres, sólo habla de hazañas militares, de números, estadísticas y por qué uno ganó sobre el otro, sin embargo jamás profundiza en los asuntos de verdadera importancia, pues todos los hombres que murieron en aquella sangrienta batalla sólo pasaron a ser un nombre en las rocas afuera del Palacio Real de cada uno de los monarcas y un número en los libros de historia, dos de los más destacados, no sólo por acciones, sino por importancia, fueron el General Amadeus de Arreguin Sheran, que lideró uno de los bastiones del ejército, conformado por diez mil soldados, entre montados y a pie portando el estandarte de su Majestad Nicolás IV, quien combatió directamente contra su antagonista, la General María de la Soledad Torres de Vizconde, una mujer que había logrado ganarse su puesto en la armada a pulso y dedicación, demostrando disciplina, carácter, fortaleza, inteligencia y una mente maestra como estratega, logrando ganar cientos de batallas para su Rey. Y si bien, sus derrotas eran contadas, todas habían sido a manos del General Amadeus, por eso, cuando el 1 de junio del año 115 del calendario 2 de la era solar, la batalla de los Campos Rojos se libró, ambos lados tenían sus expectativas. Pues Arreguin sólo comandaba un pilar de una decena de millar de soldados, mientras Torres llevaba la batuta en todo el ejército enemigo. Sin embargo, como se mencionó al inició del relato, esta historia, dentro de los libros de Historia, fue trascendental, pues mantuvo cierto aire misterioso durante los años posteriores al conflicto, incluso hoy en día, muchos historiadores que se han basado en todos los medios de investigación tecnológicos que la gloriosa era de la luna les ha traído, no pueden ponerse de acuerdo en que fue lo que sucedió aquel día y porque las crónicas militares son tan confusas con esos detalles, sin embargo aunque siempre se puede dudar de la veracidad de la historia basándose sólo en los escritos y memorias de unos cuantos viejos soldados y generales, que cansados y golpeados por la edad y pobreza, tratan de ganar unos cuantos reales para sobrevivir, se han basado en los diarios personales de dichos generales, en los de los amigos y demás personas que convivieron de cerca con ellos para poder explicar cuál fue el detalle en todo el asunto. Al menos así se explica en las clases de historia y de ética, cuando se usa el ejemplo de estas dos personas para querer exponer un punto bueno y uno malo. Pero la mente humana es más compleja que eso, como ya se demostró y más cuando está no solo en juego tu vida, sino la de miles de personas que se guían por el estruendo de tu voz y el mover de la espada, quienes a su vez defienden decenas de miles de vidas, que están a la expectativa de todo lo que sufres afuera con tal de defenderlos, y no sólo heridas físicas, pues muchos soldados quedaron irremediablemente perturbados y sin una sola pizca de cordura, pues dicha guerra rebajó al sentido humano en todo lo posible, viendo tales aberraciones que como dirían, jamás se esperó ver, que en su tiempo fueron tan atroces que no extraña que hayan quedado locos, pero que hoy, lamentablemente son sólo migajas de lo que está por suceder.
Diario de José Bocanegra.
30 de mayo de 115. Calendario 2 de la era solar.
Cada vez estamos más cerca de la hora del juicio final. “Oh! Vosotros que entráis, abandonad toda esperanza” fueron las palabras de la entrada al Infierno, según Dante, sin embargo deberían ser las que estén grabadas en las puertas de cualquier base militar de reclutamiento, pues es lo que hemos perdido. Muchos hemos perdido ya la fe de regresar vivos a nuestro hogar, lo cual es una violación directa a la ley impuesta por el general Arreguin, quien en un intento desesperado, ha dicho que es lo último que hay que abandonar, que mientras sea él quien lleve el pulso de la batalla, nadie ha de morir, al menos ninguno de los diez mil que lo acompañamos, y eso espero. Tenemos aquí a una gran cantidad de caballos y de rifles, que de ser asesinados o caer en manos del enemigo, nos harían gran daño, y no es que dude de la capacidad de nuestro comandante, pero sí de la inferioridad numérica en la que nos encontramos. Él dice que los números no ganan batallas, sino la inteligencia en que esos sean usados, lamentablemente a cada día que pasa nos sentimos más inseguros de eso. Si bien, nuestro ejército se ha dividido en 10 bastiones de las mismas fuerzas cada uno, el enemigo dos supera en doble o triple. Hoy lo comprobamos. Hicimos tareas de reconocimiento en el campo enemigo para ver sus debilidades y fue cuando nos dimos cuenta que están mejor organizados que nosotros. Aunque están entrenando, se dan tiempo de descanso. Pero eso no habría de preocupar si no tuvieran experiencia, pero han peleado en varias batallas más, contra soldados nuestros; nos echamos la soga al cuello con esa estúpida política de expansión imperial. De cierta manera somos nosotros quienes iniciamos la guerra, los malos si así se nos quiere considerar y muchos no estuvimos de acuerdo, pero tuvimos que por lealtad a su majestad Nicolás IV, el monarca más estúpido que hemos tenido. En los años que la vida me ha dado para surcar el mundo y servir a mi reino, he visto a 3 monarcas entrar en la silla, todos murieron a temprana edad, sólo 5 años después de haber aceptado la corona, pero en aquel periodo corto de tiempo la paz y bonanza se mantuvo, jamás tuvimos que ir a la guerra, pero cuando el buen Nicolás Cuarto, hijo de Antonio I llegó al poder, todo cambió; recortó presupuestos para aumentar la fuerza militar y cuando menos se esperaba, por medio de estas mismas colinas, atacó al reino de Octavio XIV que era el más rico de toda la región, lo cual, sin duda, fue recibido como una declaración directa de guerra. Durante los dos primeros años nos salió a la perfección; avanzando sin encontrar resistencia real, tomando los poblados hasta la capital, pero cuando creíamos que Ciudad de la Victoria, capital del Reino de las Praderas ya era nuestra, una lluvia de fuego nos cayó como castigo divino y sin más tuvimos que retroceder, hasta llegar nuevamente a donde empezamos, pero en mayor desventaja, con una armada rota y reducida, a más de 100 kilómetros del mar, donde nuestros barcos puedan ayudarnos y con un general cuyo corazón fue destrozado y que en lo único que busca es la venganza, muchos consideran que estamos condenados. Pero debemos ser optimistas, aun cuando todo nos diga que es imposible; nuestro general jamás ha perdido una batalla contra Torres, lo cual nos da a muchos esperanza, sin embargo, tampoco es como que Arreguin se lleve a la perfección con los demás comandantes de tropas, así que por ese lado estamos separados. Sólo espero Dios se apiade de nuestra alma, de nuestro ejército y causa.
La siguiente información se obtuvo de los diarios del Generales Arreguin y de la General Torres. La siguiente información será dividia en secciones que se publicaran continuamente. Todo aquello que pertenezca a los diarios de Arreguin será publicada en letras negritas y los de Torres en cursiva para lograr entender mejor el sentido. Se pide a lector hacerlo con mente abierta, pues mucho de lo aquí expuesto cambiaría la forma de ver ambas hazañas.
Hoy vi nuevamente a Amadeus; estaba completamente cambiado. No se parecía en nada al hombre que conocí hace años. Como me hubiera gustado haber registrado en aquellos días el cómo era, sin embargo puedo hacer una breve descripción aquí: Cuando conocí a quien ahora llaman Coronel Amadeus Arreguin Sheran, era un hombre bastante divertido, relajado, bastante ocurrente y siempre me hacía reír, no importa que tan mala fuera la situación, podía sacarle algo gracioso, lo cual hizo que me enamorara perdidamente de él, pero todo cambió cuando ingresó en el ejército de su país. Anteriormente, ambas naciones compartían sin ningún problema. Las fronteras del Puerto Fortuna y de Los Campos Rojos, lugar donde nos conocimos, eran una ruta ya común entre ambos reinos. Podías vivir en un lugar y trabajar en otro, pues sólo una brecha de 10 kilómetros divide de manera acuática las fronteras. Yo iba como todos los días el Puerto Fortuna, en el Reino de la Cruz a comprar diversos materiales que se ocupaban para la granja de mis padres, cuando lo vi; estaba ahí, sentado, fumando de su pipa, como si nada en el mundo le importara, sólo una vieja liberta y su pluma. Me interesó tanto ver esa actitud relaja en medio de tanto bullicio que fui a preguntarle si no tenía nada que hacer más que estar de ocioso «Oh, no, señorita. No es ocio lo que hago yo, se llama trabajo, ¿sabe o ha escuchado de los poetas? Somos aquellas personas que estamos día a día tratando de reflejar la belleza del mundo, un mundo que está infestado de podredumbre, de bajeza humana vil y ruin, que no sirve de más que acabar con nuestros sueños e ilusiones. Ese es mi trabajo, y por eso estoy sentado aquí; viendo la belleza de los mares, en medio de un ambiente tan tenso como lo es aquí, lleno de esperanzas rotas y unas nacientes, pero donde no todo se pinta tan malo, pues aunque ahí están, invisibles y sólo para evitar problemas, las fronteras no existen. Eso, mi estimada damisela que importuna con sus preguntas tontas, es un poema a la vida, al amor y a la igualdad de seres.» Sus palabras fueron tan inesperadas, tan fantásticas, que me di vuelta con indignación, deseo de abofetearlo por ser tan atrevido, pero enamorada, pues jamás había conocido a quien viera la vida de tal forma, ni siquiera yo.
Hoy conocí a una chica un tanto extraña; es fea, eso no lo negaré, e irrumpió en mis pensamientos mientras trabajaba en el poema que Su Majestad Antonio I me ha encargado, sin embargo tuvo algo que me intrigó, ¿qué fue aquello que me ha causado revuelo en mi ser? Me pregunto desde que caminé del puerto hacía mi casa. La oscuridad me ha azotado nuevamente y la soledad ha invadido mi ser una vez más, pero su recuerdo me ha de bastar para poder sentirme dichoso una vez más al saber que mañana ella estará. No lo digo, lo sé, pero tengo el presentimiento que ha de volver, pues si su corazón dio mil vuelcos como el mío y si no trató de escapar luego de mi visión de vida, ella estará nuevamente en mi corazón, pues esperará que le muestre más de mi mundo; un mundo que no es gris, sino a color, uno donde aún podemos soñar y ser libres, donde el Rey es tan justo que nadie pasa hambre o frío, donde la vaca del vecino abastece de leche a toda la comunidad y jamás se sufre por algo más, y aunque digan que es tonto dicha idea, yo creo en ella fielmente, pues sé que es posible. La historia ya nos enseñó que mal ejecutada puede llevar a la perdición, pero nuestra mente ha triunfado y hemos dejado los rencores en el pasado. Nada ha de detenernos ahora y menos cuando nuestros se cruzaron. Mañana volveré, aun cuando el poema fue terminado y entregado, sólo espero verla una vez más.
Hoy lo volví a ver. Sabía que si regresaba, a la misma hora, al mismo lugar, ahí estaría. Es algo extraordinario que esté ahí, después de irme sin siquiera decir una palabra, aunque tampoco me alegraré del todo, pues tal vez sólo hace su trabajo, si a eso se le puede llamar así. Sin embargo el también me vio, y esta vez fue el quien me habló. Me preguntó mi nombre y yo el suyo, me enseñó su poesía, y yo le mostré la mía; el trabajo duro y la disciplina. Me preguntó que si era militar o algo parecido, pero le dije que sólo era una granjera y que no tenía intención alguna de entrar al ejército. Pero no me creyó. Se enojó y se fue. Me pregunto si nos volveremos a ver.
La noche del 31 era fría, oscura pues no había luna y la desolación se respiraba en el ambiente. Los soldados cansados y ya con poco entusiasmo reinaban por todos lados, sentados alrededor de sus fogatas, charlando desanimadamente y comiendo lo poco que se les permitía y con el poco calor que les llegaba. Por el sendero que conducía al este se comenzó a escuchar la hierba moverse y las hojas y ramas rompiendo a cada pisada de quien llegaba, una figura encapuchada. Y desde el camino que llegaba al oeste, las pisadas de una segunda figura se fusionaron con el primer cántico de la noche creado por sus dos directores, abriendo la ópera nocturna de guerra. Cuando los dos estuvieron frente uno del otro, el que venia del oeste, bajó su capucha dejo ver a un hombre de no más de 30 años, perfectamente rasurado y de labios y nariz fina. Su cabello parejo y ligeramente despeinado por el largo adquirido, lo hacían ver con mayor porte del que ya transmitía. La segunda persona igual dejo verse y tras la sombra de la capucha, iluminado solo hasta donde la vista lo permitía, una mujer de aproximadamente 35 años, de piel blanca y pálida, con bellos cabellos negros cayendo por su rostro la hacían ver como alguien que sabía lo que hacía o haría. —Eres más bella de lo que recordaba y eso que solo llevo un mes sin verte. —Dijo el hombre, viéndola y extendiendo su mano. —Tú no has cambiado nada, sigues igual; cada marca en la cara sigue ahí. El cabello con el mismo estilo y tu sonrisa, tan única. —Le miró ella, tomando su mano y acariciando su pecho con la otra hasta aterrizar en la empuñadura de la espada de Amadeus. El deslizó la suya por su pecho igual, alargando los dedos y posando la mano en el arma de ella: cada uno dio 5 pasos hacia atrás, sacando las espadas uno del otro, se dieron la espalda y en acto repentino ella soltó una estocada la cual fue detenida, quedando ambos de frente, viéndose a los ojos. —Siempre fuiste lo que esperé, más feo y con menos gracia pero lo fuiste. Te esperé mucho tiempo. —Habló María, quien continuó el combate usando técnicas simples, sólo para hacer sonar el acero. — ¿Y qué me dices tú? Te esperé por años, jamás te mentí y cuando regresé ya estabas con alguien más solo por conveniencia. Si no fuera por él, ahorita no estaríamos aquí. —Contestó Amadeus, reprochando a ella el pasado, mientras manos y pies danzaban entre un duelo de espadas. —Tú no eres precisamente lo mejor para mí y aun serías ese mediocre poeta de no ser por la ira que te inundó cuando decidí que no sería contigo con quien me casaría. —Y tú solo supiste destruir y no solo a mí, también a él con tus ambiciones dañinas y tu falso amor. — ¿Falso amor? Jamás entenderás lo que es amor aunque te lo pusieran encima. —Dijo ella, con una lágrima saliendo de su ojo, deteniendo un golpe de espada y contraatacando con otro. —Eres quien está fingiendo pues es todo lo que sabes hacer. Te amaba, María, pero ahora no eres más que el enemigo, el peor que hay, pues es aquel por quien materia pero no puedo matar, eres el contendiente que amo. — ¡Estás mal, Amadeus! Jamás entendiste que lo nuestro solo fue algo pasajero y ya, porque así tú lo quisiste. Yo habría dado por ti pero decidiste entrar al ejército del asesino de Nicolás. Me abandonaste y olvidé como amar hasta que el me rescató. —Yo jamás te abandoné, nunca lo habría hecho, ¿pues cómo hacerlo siendo tú? No lo entendiste jamás. Me gustas tanto por ser tú; esos ojos donde encuentro mi delirio y la voz cálida que me hace encontrar la cordura que me quitas. Tu bello cabello, cual caminos interminables de diferentes lugares que me hacen recorrer uno a uno para llegar hasta tu rostro o espalda, según sea el caso y la dirección adecuada. Me gusta tu piel pálida que me hace recordar cómo alguien muerto en vida puede sentir o hacerle creer a un loco enamorado, a un soñador, que así es. —Dijo con la voz quebrada, deteniendo otra estocada y con un movimiento de mano quitó la espada a María, haciendo que cayera al suelo. —Pero debo entender que ya mas no será y que ahora es cuando mayor efecto causa el corazón, por esa razón te cité aquí, solo quería un último vals contigo. Ahora ya todo ha concluido, pues mañana veremos quién es el mejor. — Y sin decir más y aun con la espada de ella, caminó mejor donde había llegado y regresó por sus pasos.

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