domingo, 21 de agosto de 2016

El espejo.



Cuando la joven pareja de recién casados por fin había llegado al que sería su nuevo hogar, pudieron respirar por primera vez, la libertad que tanto habían añorado. Llevaban ya dos años viviendo en casa de los padres del joven, buscando una casa que comprar o rentar, no les importaba realmente, lo único que deseaban era poder comenzar a vivir juntos y solos, el poder hacer lo que quisieran sin nadie o nada que los limitara. Desde luego, sus primeros días, incluso meses serían difíciles, ajustados, pero saldrían adelante, era lo que pensaban para poder mantenerse en alto.
La casa que habían comprado estaba en una de esas colonias no precisamente de la alta sociedad, pero tampoco era un barrio bajo donde hasta los ratones temen ir, era algo común y corriente, sin grandes lujos pero tampoco carencias. La casa en cuestión era mediana; una planta, tres habitaciones, la cocina, el comer, la sala, dos baños y el patio. La casa la compraron a un buen precio y no estaba descuidada o llevaba muchos años deshabitada, lo que les hizo saber que no tendrían problemas por adaptarse. Los vecinos no eran del todo agradables, pero les comentó el agente de bienes raíces que se encargó de la venta y el papeleo, que tampoco eran problemáticos, que eran tranquilos y que la zona era pacífica. Cuando le preguntaron el porque se vendió la casa, el sujeto les comentó que los anteriores dueños, una familia de sólo tres personas, se mudaron de estado por cuestiones de trabajo. Todo estaba relativamente bien; la casa no tenía ningún problema de que se cayera, las instalaciones eléctricas no estaban podridas y las tuberías no tenían goteras o corrosión mayor. La cocina tenía integral incluida y el baño estaba en perfecto estado, todas las habitaciones tenían puertas y la pintura no estaba gastada. No era su color favorito, pero tampoco era grotesco, como el que suelen elegir esas familias pequeñas conservadoras que hacen que parezcan típica familia disfuncional americana de 1950. Todas las habitaciones estaban bien, excepto una, que no pudieron abrir. La cerradura estaba tan atascada que ni siquiera un cerrajero pudo abrirla. Sin embargo tampoco parecía que fuera la gran cosa; no apestaba de ningún modo, así que no había nada muerto dentro, al menos no animal o vegetal, así que no le dieron importancia y sólo la dejaron ahí. Se instalaron y todo estuvo normal, realmente nada les molestó. Sólo de vez en cuando se escuchaba como si un niño tirara sus canicas al suelo, pero un fontanero que había ido a revisar sus tuberías, les comentó que suele ser ruido de desagüe, nada fuera de lo común. Todo estuvo bien durante el primer mes. Tenían en la mente formar una familia, por lo que las habitaciones le iban de maravilla. Sólo deseaban tener dos hijos, pero sabían que se tiene que dar un paso a la vez, por lo tanto, cuando al año de llegar a vivir a la casa, la mujer quedó embarazada y a los 9 meses dio a luz a una niña. Todo iba como viento en popa, pues ningún problema, ya fuese financiero o personal afectaba a la joven pareja. La encrucijada inició cuando la hija del matrimonio cumplió la edad de tres años.
La niña, cada vez más a menudo, les decía a sus padres que había alguien en el espejo que solía jugar con ella. Desde luego no le prestaban mucha atención “¡Que va! Los niños a esta edad siempre tienen una imaginación activa” decían los padres, quienes cada vez que la pequeña Elizabeth les comentaba lo mismo, le decían que jugara con él, sólo no debía salir de la casa y tampoco irse con extraños. Todo era paz y tranquilidad en la casa. Mientras el padre trabajaba y la madre se quedaba con su hija pequeña, pues así lo habían acordado, al menos hasta que su hija tuviera edad suficiente para poder estar sola, la niña siempre se escuchaba reír y jugar con “Bafi” como ella le llamaba. Para la madre, esto más que preocupante, era excelente, pues podía darse a la tarea de cocinar sin arriesgar o exponer al infante a los peligros de una cocina activa. Así mismo, se encargó siempre de que todo tipo de veneno estuviera fuera del alcance de su hija. Así pasó un año entero. Un día, la pequeña llegó con sus papás.
—Mamá, papá, les tengo una noticia—Dijo la pequeña, con toda la inocencia que una niña de 4 años podría tener. —Me dijo mi amigo Bafi que mami está esperando a un hijo. —Desde luego, los padres quedaron sorprendidos, pues hacía apenas en la tarde, fueron con el ginecólogo que atendió todo el proceso de embarazo de Elizabeth, el cual les dijo que la mujer estaba esperando a su segundo hijo. Tampoco le habían comentado a la niña absolutamente nada, ni siquiera en descuido. —Me contó que mi hermanito nacerá en diciembre y que a mí me van a dejar de lado. —Dijo la niña, con un poco de lágrimas en los ojos. Y no era para menos, a un niño de esa edad si le dices que sus padres la van a olvidar, y más si es su mejor amigo, así sea imaginario, desde luego la tristeza inundara su joven corazón. Los padres rápidamente la consolaron, insistiendo que no importaba quien le dijo eso, que jamás la iban a olvidar o a hacer de lado, que ambos, sin importar nada, serían los favoritos siempre. La noche pasó tranquila, con excepción que el esposo se levantó a mitad de la madrugada a inspeccionar la casa, pues le había llegado un olor a quemado bastante fuerte, pero al notar que no era en su vivienda, volvió a dormir sin tomarle mayor importancia.
El embarazo de la señora transcurrió normal; la pequeña Elizabeth, cada que llegaba del kínder, iba a su habitación y comenzaba a jugar, hablando con su amigo Bafi, a quienes su padres ya se habían acostumbrado a escuchar. De vez en cuando, la niña les decía a sus papás algo que Bafi le mandaba a decir. Muchas veces era completamente inocente, como un saludo, un recordatorio o cosas por el estilo, pero cierto día, durante el séptimo mes de embarazo, les dijo algo que puso la piel de gallina a ambos, aun cuando no eran personas sugestivas, apenas pudieron, fueron con el ginecólogo. “Bafi me pidió que les dijera que mi hermanito está triste porque no quiere nacer ahora. Mi hermanito le contó a Bafi que jamás encajará en esta familia y por eso se va a matar. Yo no puedo verlo, pero Bafi puede ver más allá de las paredes y ve a mi hermanito, quien está ahorcándose para no nacer”. Al día siguiente, y sin pensarlo, fueron el médico, quien confirmó esto; el bebé tenía el cordón umbilical enredado en el cuello, no ponía en peligro la vida del bebe, pero sería importante que acudiera a revisión cada vez más a menudo para descartar inconvenientes posteriores. Todo el séptimo mes transcurrió normal. No hubo mensajes posteriores de eso, inclusive, sólo porque la niña seguía hablando con su amiguito, pareciera que había desaparecido. Al octavo mes, volvió a ocurrir. “Mami, Bafi dice que mi hermanito nacerá mañana y que es necesario que abran la habitación cerrada para que pueda dormir”. La mujer no le hizo mayor caso; el ginecólogo había dicho que el parto sería dentro de 25 días, sin embargo, durante la noche, la mujer despertó por un dolor bastante grave; las sábanas estaban manchadas de sangre así que sin demora alguna fue al hospital, donde dio a luz a un varón de ojos grises. El niño fue nombrado Nicolás, como el padre. Si bien, nació un poco bajo de peso y con riesgo de aborto, no tuvo ningún problema posterior. El niño estaba sano y en perfectas condiciones, por lo que ambos, madre e hijo, fueron dados de alta. Al llegar a casa, Elizabeth ya con 5 años, les recordó a sus padres lo que Bafi había dicho y viéndolo como algo real a futuro, llamaron a un carpintero para retirar la puerta y colocar una nueva. Sin embargo. ninguno de los que vivían cerca quiso hacer el trabajo. Muchos ya eran hombres viejos y golpeados por la edad, pero dicen por ahí, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Dichos hombres le recomendaron a Nicolás, que esa puerta la dejara ahí, que no la quitara y no abriera la habitación, que si estaba cerrada era por algo, pero no hizo caso y pensó que sólo eran patrañas de viejo. Tuvo que buscar en internet a algún carpintero que hiciera el trabajo, hasta que encontró uno, algo lejos y más caro que los demás, pero necesitaba quitar la puerta, así que no le importó y lo contrató. El día siguiente era sábado, por ende no iba a trabajar y se quedó toda la mañana esperando al trabajador. Cuando este llegó, tomó las medidas de la puerta para hacer la nueva. Parecía un trabajo normal, pero le llevó un par de horas, pues las bisagras no cedían a las herramientas y quitar la cerradura tampoco le fue posible. Así que recurrió un poco a la fuerza bruta, usando un mazo, dio un golpe a la manija, la cual seguía sin moverse, como si fuera invulnerable a todo, hasta que uno de esos impactos dio en la puerta blanca, haciéndole un hueco no grande pero considerable, haciendo que la habitación sin ventanas se iluminara por aquel pequeño hoyo. El carpintero dio un una vez más con el mazo y esta vez la puerta entera cayó. La habitación estaba en completa oscuridad, incluso tan profunda que la luz que entraba era insuficiente para poder ver más allá de la nariz. Así que a ciegas, buscaron un interruptor hasta que dieron con uno. El foco encendió y lo único que había en la habitación era un estante lleno de viejos libros empastados en cuero, un cuadro sin pintura alguna, un montón de velas y un espejo. Mientras el carpintero iba por la nueva puerta, Nicolás llamó a su esposa para revisar la habitación más a detalle. Los libros eran de literatura de todo tipo; Estaban los clásicos Oscar Wilde, Miguel de Cervantes, Herman Melville, Mary Shelly, Franz Kafka, Gabriel García Márquez, H.P Lovecraft, Edgar Allan Poe entre otros destacados de la literatura y poesía. Sin embargo muchos otros libros estaban en completo vacío, las hojas en blanco y las pastas negras completamente limpias. De hecho eso lo impresionante de la habitación; aun cuando los años habían pasado, no había un solo rastro de polvo por ningún lugar. Todo estaba perfectamente limpio, como si alguien lo hubiera limpiado a diario. Elizabeth entró en esos momentos, observando todo, de manera sonriente e inocente. Le pidió a su papá para que la cargara y lograra verse en el espejo que colgaba. Nicolás accedió de inmediato, quedando el y su hija de frente al espejo. La niña saludo sonriendo, junto a su padre.
La puerta de la habitación fue colocada de manera correcta, la habitación ya era de libre acceso para todo momento; fue acondicionada con cama y muebles para el niño, sin embargo el espejo jamás fue retirado, pues pareciera que fue pegado a la pared, o construido junto a la casa. El libro también quedó ahí, pues pensaron que por algo lo habían dejado los dueños. El cuadro vacío también fue dejado en su lugar. Y así pasaron los años. La familia de 4 integrantes vivía en completa paz. Cuando el pequeño Nicolás cumplió tres años y su hermana 8, el también comenzó a hablar con Bafi, sin embargo de una manera mucho más profunda, como si lo hubiera conocido de siempre. Su hermana, por su parte, trató de alejarse, sin éxito. Lloraba cada noche pues aseguraba que Bafi la mataría apenas tuviera posibilidad. Sus padres, que cada vez estaban más hartos de dicho comportamiento, trataron de todo para hacerle entender que nada de eso era cierto, sin embargo en vez de mejorar la situación, todo empeoró. Al poco tiempo de que lloraba por las noches, amanecía con rasguños y moretes en los brazos y piernas, como si alguien la hubiera golpeado. Perdió por completo el apetito y sus ojos pasaron a ser los de la miseria en persona, la tristeza había infestado su corazón, cual si fueran langostas que se negaban a irse. Por su parte, el pequeño Nicolás, era todo lo contrario. Sus ojos grises se veían más radiantes que nunca, sus sonrisa de infante alegraba solo con ver y su risa, aun cuando era melodía para muchos, ponía los pelos de punta al más valiente. Toda esta situación trajo muchos problemas a la joven pareja. Los profesores de Elizabeth desde luego notaron los rasguños y marcas en la jovencita, por lo que no dudaron en llamar a protección infantil y a trabajo social para que interviniera. Los padres fueron interrogados hasta que se comprobó que ellos no eran quienes les hacían dicho daño, sin embargo su reputación fue manchada y acabada. En la colonia eran vistos sólo como los golpeadores y en el trabajo como el desgraciado que odiaba a su hija. Realmente todo se estaba yendo a la mierda más rápido de lo que pudo imaginar, pero no entendía porque.
Una noche, mientras reflexionaba el inicio de sus problemas, Nicolás llegó llorando con Sofía, su madre. Este le dijo que Bafi le había dicho que esa noche sería el fin de la vida, que todo acabaría por fin. La señora, ya bastante irritada y agobiada por todo lo que pasaba, comenzó a gritarle a su hijo. Pero no gritos de regaño, estos eran de desesperación, de ardor, como si todo el amor que una madre siente por su hijo se convirtiera en un completo odio hacía el. Le gritó tan horrible, que el pobre infante corrió hacia su habitación, cerró la puerta y siguió llorando. Elizabeth, por su parte, estaba en completo silencio en su pieza. No había hecho un solo ruido. Era como si no estuviera. Sin embargo ahí estaba, se sabía perfectamente pues su sombra se veía por debajo de la puerta, con la poca luz que lograba escapar. Cuando Nicolás llegó de trabajar, tenía los ojos llenos de terror. No dijo una sola palabra, sacó su celular y comenzó a tomar fotografías por todos lados, cuarto tras cuarto, esquina por esquina, pared a pared, todo fue fotografiado. Hasta que llegó al cuarto de su hijo. Tomo fotografía de todos y cada uno de los rincones, sin dejar a salvo nada. Apenas terminó, fue a la cocina, a ver cada una de las fotos. Si bien, todas eran diferentes por el lugar tomado, lo mismo aparecía una y otra vez; un par de manchas negras, al fondo de cada foto, indicándole a donde ir. Cuando llegó a la del espejo de la última habitación, la fotografía, si bien se tomó con flash, era una enorme mancha negra. No se veía nada en lo absoluto. Lleno de rabia y coraje, fue al cuarto de su hijo, que estaba escondido bajo las sábanas, muerto de miedo y llorando.
— ¿Dónde está, hijo? ¿Dónde vive tu amigo Bafi? —Le preguntó el señor al pobre niño, que lloraba energéticamente sin poder articular una sola palabra. — ¿Dónde vive? ¡Responde! —Gritó el señor, una y otra vez, sin poder hacer que su hijo dejara de llorar.
—Vive ahí. —Dijo repentinamente Elizabeth, que estaba parada en la puerta, apuntando al espejo. —Siempre está ahí. —Dijo la chica, observando el escenario junto a su madre, quien claramente estaba aterrada por no saber que pasaba. Nicolás, armado de todo su valor, se acercó al espejo, sin ver más que su reflejo. Llorando de rabia e impotencia, sin saber qué hacer, comenzó a golpear energéticamente. Desquitó toda su frustración y terror en el objeto, hasta que este, después de una gran energía, se rompió, dejando ver al otro lado un fondo oscuro, tanto como el que mostró la habitación cuando fue abierta. Rápidamente tomó una linterna y observó que había detrás. Apenas observó, tomó sus cosas y las de su familia, sin importar nada de lo que dejaban atrás y se marcharon para jamás volver.
Eh de aquellos, profanos e infieles que atraviesen la primer puerta a su descenso al infierno y no sepan pronunciar la oración, pues la maldición caerá sobre aquellos impuros e infieles que adoren a falsos ídolos, que nieguen la gracia y magnificencia de Su Señor y Rey de entre los muertos y vivos, aquel que trae paz, pero crea guerras y muertes. ¡Oh Señor, en ti eh de depositar mi esperanza y alma, pues en vos confío mi sagrado cuerpo, haciendo de mi morada tu sagrado templo! Trae a mí las desdichas de la resurrección, tomando usted mi cuerpo humano para poderse manifestar entre los vivos como entre los muertos y traer milenios de gloria y gracia a su Santidad. ¡Toma mi cuerpo, bebe mi sangre y acaba con mi vida, pues ahora yo soy tuyo, y usted es mí, donde nuestros cuerpos se unen, sólo usted vivirá” Escrito estaba en la pared, al fondo del espejo, donde un cadáver putrefacto yacía muerto de hace años, pero algo, más asqueroso de un insecto y tal vez con menor valor de vida humana que un negro o cualquier minoría, se movía, dentro de él, comiendo la carne podrida, a los pies de un altar hacía una figura de culto, con cabeza de chivo, alas negras y una antorcha, hecha con una vela que había logrado permanecer encendida. Dicha figura estaba sangrando y soltando vapor de sus orificios nasales. Aquella noche, la casa quedó vacía, y la familia al borde de la locura. Y un par de horas antes de la caída del sol, cuando Nicolás se encontraba hablando con Bafi, su padre, hablaba con uno de los carpinteros que se negaron a hacer el trabajo hacía unos años. Este le contó, que antes de que ellos llegaran a vivir a esa casa, la familia que habitaba, se sabía eran de culto pagano, el casa se practicaba de todo tipo de actos herejes, contrarios a la ley de Dios. Dicha noche, se fueron y jamás se volvió a saber de ellos.
—Yo que los vi salir, pues aquella noche había acabado mi trabajo tarde, recuerdo que llevaban arcilla negra en las manos y las ropas manchadas de sangre. Sólo iban el señor y la señora, su hijo no les acompañaba. Nunca supe si lo mataron, se lo comieron o que pasó. Lo único que recuerdo perfectamente de aquella noche, además de eso, fue que un profundo olor a podrido llenó la calle, el cielo se nubló y la casa, por un momento, pareciera que fue consumida por un fuego total, pero ahí seguía al día siguiente.
Muchos años después, cuando Elizabeth tenía 16 años, regresó a la vieja casa. La cual se encontraba abandonada, cubierta de polvo. Estaba tal cual la recordaba, pues nunca nadie se atrevió a entrar. Caminó por los pasillos hasta llegar a la última habitación, la cual estaba cerrada. Trató de abrir la puerta, la cual no cedió. “Justo como imaginé” pensó. Sacó de su bolsa una vela negra, tocó tres veces la puerta y murmuró.
—Bafi, soy yo, Elizabeth, he venido por ti. —No pasó mucho tiempo, cuando la puerta se abrió y la chica entró en la penumbra total, cerrando la puerta tras de sí.

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