Cuando la joven pareja de recién casados por fin
había llegado al que sería su nuevo hogar, pudieron respirar por primera vez,
la libertad que tanto habían añorado. Llevaban ya dos años viviendo en casa de
los padres del joven, buscando una casa que comprar o rentar, no les importaba
realmente, lo único que deseaban era poder comenzar a vivir juntos y solos, el
poder hacer lo que quisieran sin nadie o nada que los limitara. Desde luego,
sus primeros días, incluso meses serían difíciles, ajustados, pero saldrían
adelante, era lo que pensaban para poder mantenerse en alto.
La casa que habían comprado estaba en una de esas
colonias no precisamente de la alta sociedad, pero tampoco era un barrio bajo
donde hasta los ratones temen ir, era algo común y corriente, sin grandes lujos
pero tampoco carencias. La casa en cuestión era mediana; una planta, tres
habitaciones, la cocina, el comer, la sala, dos baños y el patio. La casa la
compraron a un buen precio y no estaba descuidada o llevaba muchos años
deshabitada, lo que les hizo saber que no tendrían problemas por adaptarse. Los
vecinos no eran del todo agradables, pero les comentó el agente de bienes
raíces que se encargó de la venta y el papeleo, que tampoco eran problemáticos,
que eran tranquilos y que la zona era pacífica. Cuando le preguntaron el porque
se vendió la casa, el sujeto les comentó que los anteriores dueños, una familia
de sólo tres personas, se mudaron de estado por cuestiones de trabajo. Todo
estaba relativamente bien; la casa no tenía ningún problema de que se cayera,
las instalaciones eléctricas no estaban podridas y las tuberías no tenían
goteras o corrosión mayor. La cocina tenía integral incluida y el baño estaba
en perfecto estado, todas las habitaciones tenían puertas y la pintura no
estaba gastada. No era su color favorito, pero tampoco era grotesco, como el
que suelen elegir esas familias pequeñas conservadoras que hacen que parezcan
típica familia disfuncional americana de 1950. Todas las habitaciones estaban
bien, excepto una, que no pudieron abrir. La cerradura estaba tan atascada que
ni siquiera un cerrajero pudo abrirla. Sin embargo tampoco parecía que fuera la
gran cosa; no apestaba de ningún modo, así que no había nada muerto dentro, al
menos no animal o vegetal, así que no le dieron importancia y sólo la dejaron
ahí. Se instalaron y todo estuvo normal, realmente nada les molestó. Sólo de
vez en cuando se escuchaba como si un niño tirara sus canicas al suelo, pero un
fontanero que había ido a revisar sus tuberías, les comentó que suele ser ruido
de desagüe, nada fuera de lo común. Todo estuvo bien durante el primer mes.
Tenían en la mente formar una familia, por lo que las habitaciones le iban de
maravilla. Sólo deseaban tener dos hijos, pero sabían que se tiene que dar un
paso a la vez, por lo tanto, cuando al año de llegar a vivir a la casa, la
mujer quedó embarazada y a los 9 meses dio a luz a una niña. Todo iba como
viento en popa, pues ningún problema, ya fuese financiero o personal afectaba a
la joven pareja. La encrucijada inició cuando la hija del matrimonio cumplió la
edad de tres años.
La niña, cada vez más a menudo, les decía a sus
padres que había alguien en el espejo que solía jugar con ella. Desde luego no
le prestaban mucha atención “¡Que va! Los niños a esta edad siempre tienen una
imaginación activa” decían los padres, quienes cada vez que la pequeña
Elizabeth les comentaba lo mismo, le decían que jugara con él, sólo no debía
salir de la casa y tampoco irse con extraños. Todo era paz y tranquilidad en la
casa. Mientras el padre trabajaba y la madre se quedaba con su hija pequeña,
pues así lo habían acordado, al menos hasta que su hija tuviera edad suficiente
para poder estar sola, la niña siempre se escuchaba reír y jugar con “Bafi”
como ella le llamaba. Para la madre, esto más que preocupante, era excelente,
pues podía darse a la tarea de cocinar sin arriesgar o exponer al infante a los
peligros de una cocina activa. Así mismo, se encargó siempre de que todo tipo
de veneno estuviera fuera del alcance de su hija. Así pasó un año entero. Un
día, la pequeña llegó con sus papás.
—Mamá, papá, les tengo una noticia—Dijo la pequeña, con toda la inocencia que una niña de 4 años podría tener. —Me dijo mi amigo Bafi que mami está esperando a un hijo. —Desde luego, los padres quedaron sorprendidos, pues hacía apenas en la tarde, fueron con el ginecólogo que atendió todo el proceso de embarazo de Elizabeth, el cual les dijo que la mujer estaba esperando a su segundo hijo. Tampoco le habían comentado a la niña absolutamente nada, ni siquiera en descuido. —Me contó que mi hermanito nacerá en diciembre y que a mí me van a dejar de lado. —Dijo la niña, con un poco de lágrimas en los ojos. Y no era para menos, a un niño de esa edad si le dices que sus padres la van a olvidar, y más si es su mejor amigo, así sea imaginario, desde luego la tristeza inundara su joven corazón. Los padres rápidamente la consolaron, insistiendo que no importaba quien le dijo eso, que jamás la iban a olvidar o a hacer de lado, que ambos, sin importar nada, serían los favoritos siempre. La noche pasó tranquila, con excepción que el esposo se levantó a mitad de la madrugada a inspeccionar la casa, pues le había llegado un olor a quemado bastante fuerte, pero al notar que no era en su vivienda, volvió a dormir sin tomarle mayor importancia.
—Mamá, papá, les tengo una noticia—Dijo la pequeña, con toda la inocencia que una niña de 4 años podría tener. —Me dijo mi amigo Bafi que mami está esperando a un hijo. —Desde luego, los padres quedaron sorprendidos, pues hacía apenas en la tarde, fueron con el ginecólogo que atendió todo el proceso de embarazo de Elizabeth, el cual les dijo que la mujer estaba esperando a su segundo hijo. Tampoco le habían comentado a la niña absolutamente nada, ni siquiera en descuido. —Me contó que mi hermanito nacerá en diciembre y que a mí me van a dejar de lado. —Dijo la niña, con un poco de lágrimas en los ojos. Y no era para menos, a un niño de esa edad si le dices que sus padres la van a olvidar, y más si es su mejor amigo, así sea imaginario, desde luego la tristeza inundara su joven corazón. Los padres rápidamente la consolaron, insistiendo que no importaba quien le dijo eso, que jamás la iban a olvidar o a hacer de lado, que ambos, sin importar nada, serían los favoritos siempre. La noche pasó tranquila, con excepción que el esposo se levantó a mitad de la madrugada a inspeccionar la casa, pues le había llegado un olor a quemado bastante fuerte, pero al notar que no era en su vivienda, volvió a dormir sin tomarle mayor importancia.
El embarazo de la señora transcurrió normal; la
pequeña Elizabeth, cada que llegaba del kínder, iba a su habitación y comenzaba
a jugar, hablando con su amigo Bafi, a quienes su padres ya se habían
acostumbrado a escuchar. De vez en cuando, la niña les decía a sus papás algo
que Bafi le mandaba a decir. Muchas veces era completamente inocente, como un
saludo, un recordatorio o cosas por el estilo, pero cierto día, durante el
séptimo mes de embarazo, les dijo algo que puso la piel de gallina a ambos, aun
cuando no eran personas sugestivas, apenas pudieron, fueron con el ginecólogo.
“Bafi me pidió que les dijera que mi hermanito está triste porque no quiere
nacer ahora. Mi hermanito le contó a Bafi que jamás encajará en esta familia y
por eso se va a matar. Yo no puedo verlo, pero Bafi puede ver más allá de las
paredes y ve a mi hermanito, quien está ahorcándose para no nacer”. Al día
siguiente, y sin pensarlo, fueron el médico, quien confirmó esto; el bebé tenía
el cordón umbilical enredado en el cuello, no ponía en peligro la vida del
bebe, pero sería importante que acudiera a revisión cada vez más a menudo para
descartar inconvenientes posteriores. Todo el séptimo mes transcurrió normal.
No hubo mensajes posteriores de eso, inclusive, sólo porque la niña seguía
hablando con su amiguito, pareciera que había desaparecido. Al octavo mes,
volvió a ocurrir. “Mami, Bafi dice que mi hermanito nacerá mañana y que es
necesario que abran la habitación cerrada para que pueda dormir”. La mujer no
le hizo mayor caso; el ginecólogo había dicho que el parto sería dentro de 25
días, sin embargo, durante la noche, la mujer despertó por un dolor bastante
grave; las sábanas estaban manchadas de sangre así que sin demora alguna fue al
hospital, donde dio a luz a un varón de ojos grises. El niño fue nombrado
Nicolás, como el padre. Si bien, nació un poco bajo de peso y con riesgo de
aborto, no tuvo ningún problema posterior. El niño estaba sano y en perfectas
condiciones, por lo que ambos, madre e hijo, fueron dados de alta. Al llegar a
casa, Elizabeth ya con 5 años, les recordó a sus padres lo que Bafi había dicho
y viéndolo como algo real a futuro, llamaron a un carpintero para retirar la
puerta y colocar una nueva. Sin embargo. ninguno de los que vivían cerca quiso
hacer el trabajo. Muchos ya eran hombres viejos y golpeados por la edad, pero
dicen por ahí, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Dichos hombres le
recomendaron a Nicolás, que esa puerta la dejara ahí, que no la quitara y no
abriera la habitación, que si estaba cerrada era por algo, pero no hizo caso y
pensó que sólo eran patrañas de viejo. Tuvo que buscar en internet a algún
carpintero que hiciera el trabajo, hasta que encontró uno, algo lejos y más
caro que los demás, pero necesitaba quitar la puerta, así que no le importó y
lo contrató. El día siguiente era sábado, por ende no iba a trabajar y se quedó
toda la mañana esperando al trabajador. Cuando este llegó, tomó las medidas de
la puerta para hacer la nueva. Parecía un trabajo normal, pero le llevó un par
de horas, pues las bisagras no cedían a las herramientas y quitar la cerradura
tampoco le fue posible. Así que recurrió un poco a la fuerza bruta, usando un
mazo, dio un golpe a la manija, la cual seguía sin moverse, como si fuera
invulnerable a todo, hasta que uno de esos impactos dio en la puerta blanca,
haciéndole un hueco no grande pero considerable, haciendo que la habitación sin
ventanas se iluminara por aquel pequeño hoyo. El carpintero dio un una vez más
con el mazo y esta vez la puerta entera cayó. La habitación estaba en completa
oscuridad, incluso tan profunda que la luz que entraba era insuficiente para
poder ver más allá de la nariz. Así que a ciegas, buscaron un interruptor hasta
que dieron con uno. El foco encendió y lo único que había en la habitación era
un estante lleno de viejos libros empastados en cuero, un cuadro sin pintura
alguna, un montón de velas y un espejo. Mientras el carpintero iba por la nueva
puerta, Nicolás llamó a su esposa para revisar la habitación más a detalle. Los
libros eran de literatura de todo tipo; Estaban los clásicos Oscar Wilde,
Miguel de Cervantes, Herman Melville, Mary Shelly, Franz Kafka, Gabriel García
Márquez, H.P Lovecraft, Edgar Allan Poe entre otros destacados de la literatura
y poesía. Sin embargo muchos otros libros estaban en completo vacío, las hojas
en blanco y las pastas negras completamente limpias. De hecho eso lo
impresionante de la habitación; aun cuando los años habían pasado, no había un
solo rastro de polvo por ningún lugar. Todo estaba perfectamente limpio, como
si alguien lo hubiera limpiado a diario. Elizabeth entró en esos momentos,
observando todo, de manera sonriente e inocente. Le pidió a su papá para que la
cargara y lograra verse en el espejo que colgaba. Nicolás accedió de inmediato,
quedando el y su hija de frente al espejo. La niña saludo sonriendo, junto a su
padre.
La puerta de la habitación fue colocada de manera
correcta, la habitación ya era de libre acceso para todo momento; fue
acondicionada con cama y muebles para el niño, sin embargo el espejo jamás fue
retirado, pues pareciera que fue pegado a la pared, o construido junto a la
casa. El libro también quedó ahí, pues pensaron que por algo lo habían dejado
los dueños. El cuadro vacío también fue dejado en su lugar. Y así pasaron los
años. La familia de 4 integrantes vivía en completa paz. Cuando el pequeño
Nicolás cumplió tres años y su hermana 8, el también comenzó a hablar con Bafi,
sin embargo de una manera mucho más profunda, como si lo hubiera conocido de siempre.
Su hermana, por su parte, trató de alejarse, sin éxito. Lloraba cada noche pues
aseguraba que Bafi la mataría apenas tuviera posibilidad. Sus padres, que cada
vez estaban más hartos de dicho comportamiento, trataron de todo para hacerle
entender que nada de eso era cierto, sin embargo en vez de mejorar la
situación, todo empeoró. Al poco tiempo de que lloraba por las noches, amanecía
con rasguños y moretes en los brazos y piernas, como si alguien la hubiera
golpeado. Perdió por completo el apetito y sus ojos pasaron a ser los de la
miseria en persona, la tristeza había infestado su corazón, cual si fueran
langostas que se negaban a irse. Por su parte, el pequeño Nicolás, era todo lo
contrario. Sus ojos grises se veían más radiantes que nunca, sus sonrisa de
infante alegraba solo con ver y su risa, aun cuando era melodía para muchos,
ponía los pelos de punta al más valiente. Toda esta situación trajo muchos
problemas a la joven pareja. Los profesores de Elizabeth desde luego notaron
los rasguños y marcas en la jovencita, por lo que no dudaron en llamar a
protección infantil y a trabajo social para que interviniera. Los padres fueron
interrogados hasta que se comprobó que ellos no eran quienes les hacían dicho
daño, sin embargo su reputación fue manchada y acabada. En la colonia eran
vistos sólo como los golpeadores y en el trabajo como el desgraciado que odiaba
a su hija. Realmente todo se estaba yendo a la mierda más rápido de lo que pudo
imaginar, pero no entendía porque.
Una noche, mientras reflexionaba el inicio de sus
problemas, Nicolás llegó llorando con Sofía, su madre. Este le dijo que Bafi le
había dicho que esa noche sería el fin de la vida, que todo acabaría por fin.
La señora, ya bastante irritada y agobiada por todo lo que pasaba, comenzó a
gritarle a su hijo. Pero no gritos de regaño, estos eran de desesperación, de
ardor, como si todo el amor que una madre siente por su hijo se convirtiera en
un completo odio hacía el. Le gritó tan horrible, que el pobre infante corrió
hacia su habitación, cerró la puerta y siguió llorando. Elizabeth, por su
parte, estaba en completo silencio en su pieza. No había hecho un solo ruido.
Era como si no estuviera. Sin embargo ahí estaba, se sabía perfectamente pues su
sombra se veía por debajo de la puerta, con la poca luz que lograba escapar.
Cuando Nicolás llegó de trabajar, tenía los ojos llenos de terror. No dijo una
sola palabra, sacó su celular y comenzó a tomar fotografías por todos lados,
cuarto tras cuarto, esquina por esquina, pared a pared, todo fue fotografiado.
Hasta que llegó al cuarto de su hijo. Tomo fotografía de todos y cada uno de
los rincones, sin dejar a salvo nada. Apenas terminó, fue a la cocina, a ver
cada una de las fotos. Si bien, todas eran diferentes por el lugar tomado, lo
mismo aparecía una y otra vez; un par de manchas negras, al fondo de cada foto,
indicándole a donde ir. Cuando llegó a la del espejo de la última habitación,
la fotografía, si bien se tomó con flash, era una enorme mancha negra. No se
veía nada en lo absoluto. Lleno de rabia y coraje, fue al cuarto de su hijo,
que estaba escondido bajo las sábanas, muerto de miedo y llorando.
— ¿Dónde está, hijo? ¿Dónde vive tu amigo Bafi? —Le preguntó el señor al pobre niño, que lloraba energéticamente sin poder articular una sola palabra. — ¿Dónde vive? ¡Responde! —Gritó el señor, una y otra vez, sin poder hacer que su hijo dejara de llorar.
—Vive ahí. —Dijo repentinamente Elizabeth, que estaba parada en la puerta, apuntando al espejo. —Siempre está ahí. —Dijo la chica, observando el escenario junto a su madre, quien claramente estaba aterrada por no saber que pasaba. Nicolás, armado de todo su valor, se acercó al espejo, sin ver más que su reflejo. Llorando de rabia e impotencia, sin saber qué hacer, comenzó a golpear energéticamente. Desquitó toda su frustración y terror en el objeto, hasta que este, después de una gran energía, se rompió, dejando ver al otro lado un fondo oscuro, tanto como el que mostró la habitación cuando fue abierta. Rápidamente tomó una linterna y observó que había detrás. Apenas observó, tomó sus cosas y las de su familia, sin importar nada de lo que dejaban atrás y se marcharon para jamás volver.
— ¿Dónde está, hijo? ¿Dónde vive tu amigo Bafi? —Le preguntó el señor al pobre niño, que lloraba energéticamente sin poder articular una sola palabra. — ¿Dónde vive? ¡Responde! —Gritó el señor, una y otra vez, sin poder hacer que su hijo dejara de llorar.
—Vive ahí. —Dijo repentinamente Elizabeth, que estaba parada en la puerta, apuntando al espejo. —Siempre está ahí. —Dijo la chica, observando el escenario junto a su madre, quien claramente estaba aterrada por no saber que pasaba. Nicolás, armado de todo su valor, se acercó al espejo, sin ver más que su reflejo. Llorando de rabia e impotencia, sin saber qué hacer, comenzó a golpear energéticamente. Desquitó toda su frustración y terror en el objeto, hasta que este, después de una gran energía, se rompió, dejando ver al otro lado un fondo oscuro, tanto como el que mostró la habitación cuando fue abierta. Rápidamente tomó una linterna y observó que había detrás. Apenas observó, tomó sus cosas y las de su familia, sin importar nada de lo que dejaban atrás y se marcharon para jamás volver.
Eh de aquellos,
profanos e infieles que atraviesen la primer puerta a su descenso al infierno y
no sepan pronunciar la oración, pues la maldición caerá sobre aquellos impuros
e infieles que adoren a falsos ídolos, que nieguen la gracia y magnificencia de
Su Señor y Rey de entre los muertos y vivos, aquel que trae paz, pero crea
guerras y muertes. ¡Oh Señor, en ti eh de depositar mi esperanza y alma, pues
en vos confío mi sagrado cuerpo, haciendo de mi morada tu sagrado templo! Trae
a mí las desdichas de la resurrección, tomando usted mi cuerpo humano para
poderse manifestar entre los vivos como entre los muertos y traer milenios de
gloria y gracia a su Santidad. ¡Toma mi cuerpo, bebe mi sangre y acaba con mi
vida, pues ahora yo soy tuyo, y usted es mí, donde nuestros cuerpos se unen,
sólo usted vivirá” Escrito estaba
en la pared, al fondo del espejo, donde un cadáver putrefacto yacía muerto de
hace años, pero algo, más asqueroso de un insecto y tal vez con menor valor de
vida humana que un negro o cualquier minoría, se movía, dentro de él, comiendo
la carne podrida, a los pies de un altar hacía una figura de culto, con cabeza
de chivo, alas negras y una antorcha, hecha con una vela que había logrado
permanecer encendida. Dicha figura estaba sangrando y soltando vapor de sus
orificios nasales. Aquella noche, la casa quedó vacía, y la familia al borde de
la locura. Y un par de horas antes de la caída del sol, cuando Nicolás se
encontraba hablando con Bafi, su padre, hablaba con uno de los carpinteros que
se negaron a hacer el trabajo hacía unos años. Este le contó, que antes de que
ellos llegaran a vivir a esa casa, la familia que habitaba, se sabía eran de
culto pagano, el casa se practicaba de todo tipo de actos herejes, contrarios a
la ley de Dios. Dicha noche, se fueron y jamás se volvió a saber de ellos.
—Yo que los vi salir, pues aquella noche había acabado mi trabajo tarde, recuerdo que llevaban arcilla negra en las manos y las ropas manchadas de sangre. Sólo iban el señor y la señora, su hijo no les acompañaba. Nunca supe si lo mataron, se lo comieron o que pasó. Lo único que recuerdo perfectamente de aquella noche, además de eso, fue que un profundo olor a podrido llenó la calle, el cielo se nubló y la casa, por un momento, pareciera que fue consumida por un fuego total, pero ahí seguía al día siguiente.
—Yo que los vi salir, pues aquella noche había acabado mi trabajo tarde, recuerdo que llevaban arcilla negra en las manos y las ropas manchadas de sangre. Sólo iban el señor y la señora, su hijo no les acompañaba. Nunca supe si lo mataron, se lo comieron o que pasó. Lo único que recuerdo perfectamente de aquella noche, además de eso, fue que un profundo olor a podrido llenó la calle, el cielo se nubló y la casa, por un momento, pareciera que fue consumida por un fuego total, pero ahí seguía al día siguiente.
Muchos años después, cuando Elizabeth tenía 16 años,
regresó a la vieja casa. La cual se encontraba abandonada, cubierta de polvo.
Estaba tal cual la recordaba, pues nunca nadie se atrevió a entrar. Caminó por
los pasillos hasta llegar a la última habitación, la cual estaba cerrada. Trató
de abrir la puerta, la cual no cedió. “Justo como imaginé” pensó. Sacó de su
bolsa una vela negra, tocó tres veces la puerta y murmuró.
—Bafi, soy yo, Elizabeth, he venido por ti. —No pasó mucho tiempo, cuando la puerta se abrió y la chica entró en la penumbra total, cerrando la puerta tras de sí.
—Bafi, soy yo, Elizabeth, he venido por ti. —No pasó mucho tiempo, cuando la puerta se abrió y la chica entró en la penumbra total, cerrando la puerta tras de sí.
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